He renunciado a ti, no era posible, fueron vapores de la fantasía
son ficciones que a veces, dan a lo inaccesible
una proximidad de lejanía.
Yo me quedé mirando cómo el rio se iba poniendo encinta de la estrella,
hundí mis manos locas hacia ella, y supe que la estrella estaba arriba.
La Renuncia del poeta venezolano Andrés Eloy Blanco
Renunciar no es para nada fácil. Es arrancarte un pedazo de ti, olvidar que ya la vida no es la misma, que ahora hay que enfrentar día a día una soledad que te esperabas ¿O que no te esperabas? La verdad, esto es cuestión de tiempo, de ir poco a poco soltando lo que ya no es, pero no para dar paso al vacío, sino para llenarlo con pequeños copos de vida, de sonrisas, de canciones nuevas, de ambientes distintos, de nuevas plantas, de frescas flores, de deleitarte con pan tostado, con cotufas, cereal o tu fruta favorita. Date la oportunidad de estrenar un color nuevo de pared, un cojín diferente o una nueva rutina, como ir a caminar, adoptar una mascota, o tomar clases de lo que quieras, ¡hasta de repostería!, pero ojo, no es para engordar, sino para disfrutarlos en compañía de los seres que te aman, para invitar a aquella amiga o amigo que hace tiempo que no ves. Para llevarlo a la abuela o a la tía que olvidaste con el transcurrir de tu antigua vida. ¿Y qué tal si vas a visitar un ancianato con uno de esos postres y los compartes con esos seres prácticamente abandonados? No hay nada que consuele o que llene más el corazón que las buenas obras. A cambio, sentirás un gozo, una recompensa, la calidez de un abrazo o una sonrisa agradecida.
Cuando nos quedamos en compañía de la soledad, ya sea por separaciones, divorcios o la muerte del ser amado, hay que vivir el duelo, llorar, aceptar que estamos tristes o que nuestro corazón está lleno de rabia por la pérdida. Pero es válido, no hay que sentirse culpable: hay que asumirlo, pero no quedarse sumidas para siempre en esos sentimientos; hay que secar las lágrimas, cambiar la energía, abrir las ventanas, aspirar aires nuevos, aunque no sea tan puro en nuestra ciudad, sentir el sol o la lluvia; salir, si es posible, a un parque o plaza cercanos, observar la alegría de los niños, y cada día soltar un poco más, ir renunciando cada día, poco a poco, hasta llegar como el final del poema con el cual inicié este artículo.
“Yo voy hacia mi propio nivel y ya estoy tranquilo, desbaratando encajes, regresaré hasta el hilo. Cuando renuncie a todo seré mi propio dueño. La renuncia es el viaje del regreso del sueño.”
Un beso, un abrazo y una sonrisa.