domingo, 31 de julio de 2011

SEGUIR SOLAS...

Hace unos meses, conversando con una amiga que vive sola, ella me decía que era tanto el vacío que sentía, que muchas veces los domingos salía  con el carro hasta un centro comercial para comprar el periódico. Posteriormente, otra amiga me dijo que hacía lo mismo, y yo me quedé pensando en lo terrible de la soledad.
Estar sola es una condición que generalmente no buscamos ni deseamos.  Por diversos motivos, una mujer puede estar o quedarse sola, ya sea por un divorcio o separación, por la muerte del compañero, o porque ese hombre deseado nunca llegó.  Sin embargo, la soledad no debe envolvernos de tal manera que terminemos en una fuerte depresión. Ante todo busquemos a Dios, Su Amor, Su Presencia en nuestras vidas es un cobijo dulce y profundo: el ir a nuestra iglesia, el refugiarnos en la oración, son formas de salir adelante, y, si es posible, pertenecer a algún ministerio o voluntariado donde podamos compartir con otras personas el gozo de servir.
Pero si no estamos muy conectadas con lo espiritual o religioso, es muy recomendable realizar una actividad grupal, ya sea de índole artística o deportiva, como un coro, clases  de danza (actualmente hay muchas oportunidades de danza árabe, bailoterapia, salsa casino, etc.), yoga, taichí, natación y otras a las cuales tengamos que asistir frecuentemente y donde con seguridad conseguiremos personas afines para compartir, no necesariamente una pareja.
Quedarnos en la soledad no es lo mejor. Cuando conseguimos grupos que armonizan con nuestra forma de ser o de pensar, el amor fraternal nos llena de otras maneras que nos ayudan a retornar a la alegría y al compartir. Sí, compartir es la clave: invitar a los amigos a la casa, cocinar juntos, escuchar música, bailar, meditar, hacer círculos de lectura, de oración o de películas (¡qué bueno que existen los DVD y los  blue ray!), darnos cuenta que no somos una isla, que podemos hacer tantas cosas, incluso individualmente si no somos muy extrovertidas, como la jardinería, repostería u otro tipo de cocina creativa, lecturas, películas y sobre todo, atrevernos a ir a algún espectáculo sin compañía como el cine, el teatro o eventos de música y danza; lo importante es la actitud, no porque vivas sola estás necesariamente sola y vuelvo al  primer consejo:  busquemos a Dios, como lo dijo Jesús: “Busca primero el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás te será añadido” (Mt. 6:33), sentiremos que Él siempre está ahí verdaderamente, en las buenas y en las malas.
Un beso, un abrazo y una sonrisa.

EL SÍNDROME DE PENÉLOPE


Esperar como Penélope parece ser el destino de muchas mujeres: esperar de muchas maneras, pero el final feliz de la historia de amor de Penélope y Ulises como lo podemos ver en el siguiente enlace, no siempre ocurre en la vida real.
Como terapeuta tuve muchos casos de mujeres que esperaban la decisión de sus novios o parejas para casarse, o de regresar de otro país o ciudad porque  y que les había salido un empleo o unos estudios ineludibles y por lo tanto tenían que ir a cumplir “con su obligación”; sin embargo, esa espera interminable nunca acabó, y terminaron en un adiós, en un silencio, o simplemente en un abandono.
En otras ocasiones me tocó ver de cerca el dolor de “la otra”, la amante que por años aceptó el amor de un hombre casado y finalmente se quedó esperando que él se divorciara siempre con un “cuento” nuevo: que si los hijos están pequeños, que si la mujer está muy enferma o que se niega a darle el divorcio, que si los hijos son adolescentes y él tiene que estar para controlarlos, que si llegó el nieto, que la presión familiar. En fin, son muchas las excusas que tiene un hombre para eludir la responsabilidad de un compromiso con la otra mujer que espera detrás de bambalinas, que pasa sola la Navidad, el Año Nuevo, las vacaciones de verano, los domingos y paremos de contar. Ella sigue esperando y esperando, y la vida se le pasa, la juventud se consume, ¿y él?, bien gracias: está atado para siempre a su matrimonio, lo cual debe ser lo lógico, pero su engaño no sólo afecta a su esposa sino a aquella que aceptó vivir la aventura con él.
¿Vale la pena esperar? Es una incógnita que se puede presentar a menudo, pero según las sabias palabras de mi madre: “lo que no funciona al principio, no funciona al final”. Sí, una espera prudente es buena, pero no como la de Penélope, porque mientras tanto los años pasan, y a lo mejor la vida nos acerca a otros amores que sí son posibles, reales y sobre todo legales (estamos seguros que edificar una relación a costa de la destrucción de un hogar no traerá precisamente buenas consecuencias) y, al final, podemos quedarnos completamente solas y sentir que no valió la pena.
La mujer posee una intuición innata y sabe de verdad si ese amor es bueno, fiel, creíble, “esperable”, pero aún sabiendo la verdad en lo recóndito de su alma, sigue apostando a lo imposible. Ante la duda, hay que entrar en el silencio, pedir sabiduría a Dios, y tomar la  mejor decisión. Seguramente, al renunciar a lo que no corresponde aparecerá la pareja perfecta para ella. Hay que recordar que un “no” dicho a tiempo es mejor que una eterna espera, como la de la otra Penélope, la de la canción de Joan Manuel Serrat, aquella que luego de esperar largos años en la estación del tren a su amado y verlo regresar, le pasó lo siguiente:
“Le sonrió con los ojos llenitos de ayer,
No era así su cara ni su piel: -Tú no eres quien yo espero.
Y se quedó con su bolso de piel marrón y sus zapatitos de tacón, sentada en la estación…”
Y me despido como siempre, con un beso, un abrazo y una sonrisa.