sábado, 8 de octubre de 2011

SÉCATE LAS LÁGRIMAS Y VUELVE A SONREIR

 Cuando nos ocurre algo inesperado: una separación, un accidente, la pérdida de un ser querido o de un empleo, o cualquier hecho que nos saca violentamente de nuestra rutina diaria, cuesta mucho en primer lugar asimilar lo que ha pasado; generalmente quedamos en shock o creemos que no nos ha afectado tanto.
Quizá lloremos mucho o no lloremos, peor todavía, pero siempre, como seres humanos, debemos aceptar lo que ha pasado y asumir el duelo, porque también eso es parte de nuestra sanación, y no pensar que nos la sabemos todas y que solos podemos salir de la situación.

En esos casos, lo mejor es buscar apoyo en la familia y las amistades. Las de verdad, las que te escuchan, las que te consuelan o te regañan a tiempo para que no te hundas en el abismo de una depresión. Así mismo, el sacerdote de nuestra parroquia, el pastor, rabino o imán según sea tu religión, juegan un papel importante en estos casos, y por supuesto, si vemos que realmente es muy difícil lograr el equilibrio mental y emocional, la ayuda de un profesional es lo más indicado.

Lo importante no es quedarnos en el duelo para siempre, en mirar y mirar hacia atrás y no ver lo que es nuestro presente y las posibles vías hacia el futuro: Si es una pérdida de un ser querido o una separación, de nada sirve que dejemos la habitación de quien no está igual tal y como la dejó; hay que cambiarla, pintar de otro color, obsequiar su ropa a una iglesia o ancianato, y retirar las fotos que estén a la vista porque nos van a estar recordando todo el tiempo lo ocurrido, lo cual no implica que las botemos; no, podemos guardarlas en un álbum y de vez en cuando verlas, bendecir su presencia en nuestras vidas y darle gracias por la experiencia de haber convivido. Si se fue por separación, lo mismo que lo anterior también cuenta, y perdonar, perdonar y perdonar, liberar de nuestros corazones cualquier odio, rencor, o tristeza tratando de comprender que a veces nos toca vivir por un tiempo con alguien y que ya su energía va a otros rumbos, y nosotros podemos retomar la existencia desde el amor a nosotros mismos, buscando vías y actividades que nos ayuden a restaurar no sólo el corazón sino el cuerpo físico y la mente.
Nada mejor que refugiarnos en Dios, en su infinita misericordia, en su paz. Les aseguro que es el mejor bálsamo para el alma que calma nuestras ansias y nuestras preocupaciones.
La segunda acción es caminar, preferiblemente en un parque: la naturaleza con su verdor, su belleza, nos restaura; a lo mejor nunca nos detuvimos a observar la belleza de una flor o de un ave, hasta el quehacer de las hormigas, el azul del cielo, la forma de las nubes… Igualmente el realizar ejercicios o deportes en algún centro que esté en la vía de nuestra casa o un centro de actividades creativas, danzas, bailoterapia, pintura, en las ciudades siempre hay centros culturales con actividades a precios accesibles o gratuitas.
Otras vías son el retomar las amistades que hace tiempo no veíamos o el colaborar con grupos que realizan obras sociales en asilos, orfanatos y hospitales, etc. Cuando vemos el sufrimiento humano, muchas veces sentimos que nuestro problema o pérdida tiene solución o sentimos consuelo al ayudar a los más desvalidos.
¿Llorar? Sí, es necesario. Para eso tenemos lágrimas que son como la lluvia, cuando la atmósfera está cargada y llueve, luego sentimos que el ambiente se despeja y se refresca; así es nuestra vida humana, a través del llanto nos despejamos. Pero no lloremos para siempre, sea cual sea la situación, tenemos un bonito recurso en nuestro ser que es la sonrisa, y aunque haya sido la pérdida de un ser  querido, estoy segura que donde quiera que éste se encuentre sentirá alegría de verte sonreír. Por esta razón, y por muchas otras que valen la pena en nuestro paso por la Tierra, sécate las lágrimas y vuelve a sonreír. Un beso, un abrazo y una sonrisa.


A que sonríes...